La Generación del 27 en su contexto histórico

 En la década de los 20 se instaura en España la dictadura del General  Primo de Rivera (1923-1930).

 Surge en esta época una de las generaciones poéticas más brillantes de toda la historia de nuestra poesía. Es la formada por Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados, y Manuel Altolaguirre. Todos ellos nacen entre 1892 y 1906, logrando su plena madurez y prestigio en los años de la Segunda República Española (1931-1936). La Generación fue llamada de 1927 por haber celebrado este año, con fervoroso entusiasmo, el tercer centenario de la muerte de Góngora, afrentándose públicamente por primera vez con la crítica social y académica, que habían ignorado, cuando no atacado, al Góngora de los grandes poemas barrocos. Pero esa protesta antiacadémica no fue puramente negativa. aquellos jóvenes poetas sabían lo que querían al exaltar al Góngora autor de Las Soledades, al que consideraban ejemplo perfecto del poeta puro, del poeta enamorado de la belleza. y al celebrar su centenario, dejaron constancia de su homenaje en bellas ediciones gongorinas. Dámaso Alonso editóLas Soledades, Gerardo Diego una Antología poética en honor de Góngora, García Lorca su  conferencia sobre la imagen poética de Góngora, y Rafael Alberti publicó una Continuación de Las Soledades. La celebración del centenario se coronó con un número Homenaje a Góngora que publicó la revista Litoral, dirigida en Málaga por dos miembros de la generación: los poetas Emilio Prados y Manuel Altolaguirre,  el número, en el que colaboraron Picasso y Falla, junto a los poetas de la generación, llevaba una portada del pintor Juan Gris.

     Ese mismo año -1927- que da nombre a la generación, tiene lugar otra aparición pública de sus miembros. el Ateneo de Sevilla, a iniciativa de Ignacio Sánchez Mejías, el gran torero andaluz amigo de los poetas, invitó a éstos a que diesen una lectura de poemas en su tribuna. A esta cita sevillana acudieron: Dámaso Alonso, García Lorca, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Jorge Guillén y Luis Cernuda, que vivía entonces en Sevilla. Era la primera vez que los poetas del 27 leían públicamente sus versos, y unto a ellos tomaron parte en la lectura otros poetas y escritores que acudieron de Madrid: Juan Chabás, Mauricio Bacarisse y José Bergamín.

Los inicios poéticos.

     Los comienzos de la generación coinciden con los primeros años veinte. En 1920 aparece el primer libro de Gerardo Diego, Romancero de la novia; en 1921, el de Dámaso Alonso, Poemas puros. Poemillas de la ciudad; en 1923, el de Pedro Salinas, Presagios; en 1925, el de Rafael Alberti, Marinero en Tierra, y el de Emilio Prados, Tiempo; en 1926, el de Manuel Altolaguirre, Las islas invitadas; en 1927, el de Luis Cernuda, Perfil del aire; y en 1928, el de Jorge Guillén, Cántico, y el de Vicente Aleixandre, Ámbito; año en que también se publica elRomancero Gitano, que hace famoso a su autor, Federico García Lorca. Aunque muy minoritaria en sus comienzos -el público y la crítica los ignoraban o los tachaban de vanguardistas-, la generación se impuso pronto por la calidad de su poesía y por la personalidad fulgurante de algunos de sus miembros, especialmente García Lorca y Alberti. En 1925 dos de ellos, Alberti y Gerardo Diego, obtuvieron el Premio Nacional de Literatura, el primero con Marinero en Tierra, y el segundo con Versos humanos, que obtuvo un accésit. Fue el primer éxito oficial de la generación, y el que le abrió las páginas de las revistas literarias del momento, como la prestigiosa Revista Occidente, que dirigía José Ortega y Gasset, y en cuyas páginas publicaron poemas, a  partir de 1924, todos los poetas del 27. Ortega no sólo los acogió en su revista, sino que publicó en las ediciones de la Revista Occidente, que también dirigía, algunos libros de la generación, como el Romancero Gitano de García Lorca, Cántico de Jorge Guillén, Seguro Azar de Salinas y Cal y Canto de Alberti. Mostraba así su apoyo a un movimiento poético que se caracterizaba por la calidad y pureza de su trabajo, y por el afán de alcanzar la esencialidad de la poesía.

     Pero más decisivo fue aún el estímulo que los poetas de esta generación recibieron de Juan Ramón Jiménez, al que admiraban como al más puro y hondo poeta de su tiempo. Juan Ramón, entonces en la plenitud de su obra y de su prestigio, era para ellos, en aquellos primeros años de la generación, el maestro  indiscutido, cuya palabra era oráculo. Fue Juan Ramón quien editó el primer libro de Pedro Salinas,Presagios, en su bella Biblioteca «Índice»; quien publicó en su revista y cuadernos de poesía –Sí, índice, Ley– poemas de casi todos los poetas de la generación; quien finalmente, digo el espaldarazo a Rafael Aberti, en la preciosa carta que va al frente de la primera edición de Marinero en Tierra, y sirvió de enlace a  la generación con la tradición lírica anterior, con Bécquer sobre todo, y más atrás con la poesía popular de los cancioneros, que Alberti y Lorca supieron renovar con arte insuperable. De Juan Ramón van a heredar los poetas del 27 el ansia de pureza y perfección en poesía, la nueva sensibilidad al expresar los más delicados matices de las cosas y de las sensaciones, y la exigencia y rigor en el lenguaje. en la primera fase de la generación, domina en ella esa concepción purista de la poesía que en Francia había defendido, entre otrosPaul Valéry -lo recuerda Jorge Guillén en la antología de la generación que hizo Gerardo Diego-: «poesía pura es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía. Pura es igual a simple, químicamente hablando».

     Es decir, «purismo» poético significaba para Juan Ramón y para los poetas del 27 el afán de captar la esencia pura de las cosas, y desdén por la anécdota, por el argumento del poema, por lo sentimental y falso, lo retórico y lo fácil. Lo importante para los poetas puros era la belleza del poema, el goce estético, más que la emoción que puede comunicar un sentimiento o una experiencia humana.

     Este distanciamiento entre vida y poesía, entre realidad y pureza, que Ortega definiría en un famoso ensayo como «la deshumanización del arte», no dejó de provocar críticas a la poesía de la generación, que fue juzgada por algunos -Antonio Machado entre ellos- demasiado intelectual y esteticista, y como consecuencia, un tanto fría. Hay que reconocer que aquel clima estetizante e intelectualista tenía sus peligros, que los mismos poetas del 27 no tardaron en advertir. ya en 1926 Jorge Guillén, a quien se consideraba el más fiel cultivador de la Poesía Pura, escribía en la «Carta a Fernando Vela» que figuraba en la Antología de los poetas de la generación hecha por Gerardo diego, que la poesía pura resultaba a veces «demasiado aburrida, demasiado inhumana y demasiado irrespirable». Y Dámaso Alonso ha reconocido que aquella primera fase purista de la generación heló de tal modo su pluma, que dejó de escribir, y necesitó del desgarrón de la guerra civil de 1936 para volver a la poesía.

     Al terminar la década de los veinte y comenzar la de los treinta podía notarse ya un cambio de clima, una temperatura más cálida, en la poesía de la generación. Se inicia entonces una segunda fase en la poesía del 27, que Dámaso Alonso llamó fase neorromántica, y que es visible en libros ardientes y estremecidos como Pasión de la Tierra y Espadas como labios de Aleixandre; Sobre los Ángeles, de Rafael Alberti; y Donde habita el olvido de Cernuda. Es sobre todo a partir de la Segunda República Española, en 1931, y paralelamente a la rápida politización de las masas, cuando se produce la crisis del esteticismo y el alejamiento definitivo de los poetas del 27, del purismo poético que había encarnado Juan Ramón Jiménez. «La llamada poesía pura escribía J. de Izaro, (pseudónimo de Rafael Sánchez Mazas) en El Sol– está perdiendo actualidad y vida a galope, como todo lo sublimístico, evaporado y enrarecido.» Y recordaba que los grandes poetas, como el Dante, Virgilio, Píndaro y tantos otros, no habían desdeñado inspirarse en las fuentes cotidianas de la vida, en los temas de la patria, de la pasión amorosa y el ideal de la política y de las experiencias sociales.

     Cierto que los seguidores de Juan Ramón y de la poesía pura no se rendían fácilmente. El poeta Juan José Domenchina, juanramoniano fervoroso, atacaba desde las páginas de El Sol a los tránsfugas del purismo lírico, a los partidarios de una poesía que no quería ya ser minoritaria ni esteticista, sino que aspiraba a ser entendida por todos. «Una poesía para todos -replicaba Domenchina- sería algo como una ramera enajenada.» Pero resulta que esa ramera no estaba dispuesta a detenerse, y la poesía social revolucionaria había conquistado, desde 1930 por lo menos a dos poetas de la generación del 27, Rafael Alberti y Emilio Prados. De 1929 es el primer poema social de Alberti, suElegía Cívica; en 1933 el mismo Alberti funda la revista Octubre, de clara tendencia comunista, y publica dos libros de poesía revolucionaria:Consignas y Un fantasma recorre Europa.

     En vísperas de la revolución de los mineros asturianos, en septiembre de 1934, Alberti pone al frente de la primera edición de sus Poesías Completas, editadas por José Bergamín, estas palabras terminantes: «Publico aquí la mayor parte de mis obra poética comprendida entre 1924 y 1930, por considerarla un ciclo cerrado, contribución mía, irremediable, a la poesía burguesa. Pero a partir de 1931, mi obra y mi vida están al servicio de la revolución española».

El compromiso social.

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Cartel de Ramón gaya para la revistaHora de España, en la que colaboraron, junto a León Felipe, Antonio Machado y José Bergamín, Rafael Alberti y Dámaso Alonso.

   En cuanto a Emilio Prados, quedan testigos, en la Málaga de los años treinta, de su conversión desde la poesía pura a la poesía social y revolucionaria. Tras sus primeros libros de poesía pura y neopopular, Prados escribe entre 1929 y 1932 su libro No podréis. A este libro siguió otro de Prados cuyo título, Calendario incompleto del pan y del pescado expresa su nueva posición de poeta comprometido con el pueblo.

     La revolución de los trabajadores asturianos en octubre de 1934 politizó aún más la situación intelectual española y a los poetas del 27. Emilio Prados escribe, ya vencida la revolución, su libro Llanto en la sangre, con este subtítulo: «Durante  la represión y bajo la censura posterior al levantamiento de 1934». Las posiciones puristas, que aún defendían algunos poetas fieles a Juan Ramón Jiménez, quedaron barridas. A ellos contribuyó, además la llegada a España de Pablo Neruda, el gran poeta chileno, que publicó en Madrid la segunda edición de su admirable libro Residencia en la Tierra. En octubre de 1935, Neruda lanzó en Madrid el primer número de su revista Caballo verde para la poesía -título que simbolizaba sin duda el jinete de la esperanza, una esperanza poética y política- en estrecha colaboración con los poetas de la generación del 27, que pronto se hicieron -sobre todo Lorca, Alberti, Aleixandre y Altolaguirre- grandes amigos suyos. Cabría afirmar que si el órgano más importante de la Generación del 27, en su primera fase, fue la revista malagueña Litoral, dirigida por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre de 1926 a 1929, en la segunda fase rehumanizadora fue sin duda Caballo verde la revista más representativa del grupo. el primer número se abría con un manifiesto que llevaba este título: «Sobre una poesía sin pureza», redactado por el propio Neruda.

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LaRevista Litoral, fundada en 1926 por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, fue uno de los órganos más importantes de la Generación del 27

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Portada de Juan Gris para el número de laRevista Litoraldedicado a Góngora.

     Las torres de marfil quedaron hechas añicos ante la violenta arremetida de Caballo Verde, que provocó, como era de esperar, la indignación de Juan Ramón Jiménez, quien interpretó aquellos ataques a la poesía pura como ataques a personales a él mismo. de entonces data la ruptura entre Juan Ramón y los poetas del 27, a los que acusó de cómplices de la campaña antipurista del poeta chileno. Ese distanciamiento se agravó aún más cuando la Generación en pleno, acompañada de lo mejor de los poetas jóvenes –Miguel Hernández a la cabeza- publicó un texto de homenaje a Neruda, añadiendo la edición de unos poemas, los «Tres cantos materiales» de Residencia en la Tierra.

     Es evidente que ya en 1935 quedaba muy poco del clima estetizante y purista de los primeros años de la generación, que había sido sustituido por un clima de hervor y fiebre poética, por una temperatura de pasión y de vida que había ido creciendo paralelamente al aumento de la temperatura política del país, que culminó en julio de 1936, con el estallido de la Guerra Civil. Un mes antes de que este se produjera, en Junio de 1936, García Lorca contestaba a una pregunta de un periodista sobre como juzgaba la famosa teoría del arte por el arte, la moda de la poesía pura: «Ese concepto del arte por el arte– fueron sus palabras- es una cosa que sería cruel si no fuera afortunadamente cursi. Ningún hombre verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro, dela arte por el arte mismo. en este momento dramático del mundo el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas.»

     No hay que olvidar que la Generación del 27 era una generación republicana y liberal, y no puede extrañarnos que la casi totalidad de sus miembros, al iniciarse en 1936 la sublevación militar, tomase partido al lado de la República. La mayoría de ellos -Alberti, Aleixandre, Cernuda, Prados, Altolaguirre- colaboraron en las revistas literarias patrocinadas por las autoridades republicanas durante la Guerra Civil; como Hora de España, y El mono azul, ambas reeditadas años más tarde por una editorial alemana. Al llegar el huracán de la guerra, lo épico sustituyó a lo lírico, y los poetas escribieron romances. En noviembre de 1936 apareció en Madrid editado por el Ministerio de Instrucción Pública, el primer Romancero de la Guerra Civil, que incluía romances de guerra de Alberti, Bergamín, Aleixandre, Prados, Altolaguirre, Garfias y Miguel Hernández. Y al año siguiente, 1937, se publicaba, con un prólogo de Antonio Rodríguez Moñino, el gran bibliógrafo -quien fue amigo de todos los poetas del 27- el Romancero General de la Guerra de Españadedicado a Federico García Lorca, en homenaje a su memoria y como protesta contra su muerte.

El tiempo de postguerra.

     Las consecuencias del final de la guerra civil, con la derrota de la República, para la mayoría de los poetas de la Generación del 27, son bien conocidas: el exilio, la nostalgia, el dolor por la patria perdida. En tierra americana, aquellos poetas continuaron su obra, desde entonces marcada en gran parte por la herida de la guerra, por la añoranza española. Su poesía, en efecto va a experimentar desde el final de la guerra civil profundos cambios. Se hace más grave y preocupada, más dolorida por las heridas recientes de la guerra civil; de la guerra cainita, como la llamaba Unamuno, y por el dolor de la patria lejana y sin libertad; tiende cada vez más a reflejar los problemas humanos y sociales del tiempo histórico que a cada poeta le ha tocado vivir, y deja de ser estetizante y minoritaria para volver a las fuentes de la vida y de la historia. Algunos de los más grandes poetas del 27 empiezan a escribir una poesía temporalista, de acuerdo con la definición de Antonio Machado: «La poesía es la palabra del tiempo», Jorge Guillén subtitulará «Tiempo de historia» el segundo ciclo de su poesía, el de Clamor, y escoge, para uno de los libros de ese ciclo, un título machadiano, A la altura de las circunstancias, y para otro un título dentro también del temporalismo machadiano a lo Jorge Manrique: Que van a dar a la mar… El protagonista del ciclo de Clamor es el hombre contemporáneo, el español contemporáneo que ha sufrido la guerra, la persecución, el exilio, la prisión.

     La poesía de Cernuda experimentará también un cambio radical, a partir de la guerra civil. Él mismo nos confiesa que aquellos sucesos trágicos enturbiaron su vida diaria, y la muerte horrible de Federico, su gran amigo, no se apartaba de su mente. Ya en Inglaterra, primera fase de su exilio, lejos de aquel loco país -como llama a España- tuvo durante años una pesadilla constante que llenaba su sueño: se veía, una y otra vez, buscado y perseguido. Trabajando como profesor en una universidad inglesa, Cernuda sentía -nos lo dice él mismo- una nostalgia aguda de su tierra, de su ambiente y de sus amigos españoles. Y escribió entonces una serie de poemas fruto de esa preocupación y de esa nostalgia. El resultado fueron esos libros admirables que se llaman Las nubesOcnosComo quien espera el alba.

     Los años americanos enriquecieron, al hacerla más honda y más grave, más sumida en el tiempo y en la muerte, la obra de los poetas del 27 que se vieron obligados a alejarse de España. No sólo la de Guillén y la de Cernuda: también la de Salinas, la de Alberti, la de Prados, la de Altolaguirre.

Aquella evolución hacia una poesía temporalista enraizada en la vida temporal, afectó también a los poetas del 27 que permanecieron en España. En 1944 publicó Dámaso Alonso ese angustiado diario íntimo, esa protesta contra la injusticia y la crueldad de la Guerra y del odio que se llama Hijos de la Ira, tan lejos ya en el tiempo y ene l tono, de aquellos primeros Poemas Puros publicados por él veintitrés años antes. Y escribe entonces estas palabras reveladoras: «Nada aborrezco más que el estéril esteticismo en que se ha debatido hace más de medio siglo el arte contemporáneo. Hoy es sólo el corazón del hombre lo que me interesa, expresar con mi dolor o con mi esperanza el anhelo y la angustia del eterno corazón del hombre».  Y en Hijos de la ira leemos este verso, que abre el libro: «Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres».

     El caso de Vicente Aleixandre -premio Nobel- es también significativo. Como consecuencia de su postura durante la Guerra Civil, favorable a la República, sus libros fueron prohibidos al terminar la guerra, y su nombre vetado por la censura. Sólo a partir de la publicación de su gran libroSombra del paraíso en 1944, comienzan a difundirse sus obras, y su nombre vuelve a tener circulación literaria. Su influencia sobre la juventud poética que surgió en los primeros años de la postguerra creció rápidamente, y en 1947 su definición de la «poesía como comunicación»encontró un amplio eco en los jóvenes. A partir de entonces la poesía de Aleixandre se inserta en una corriente de lírica temporalista que abarca el gran tema del vivir humano desde la conciencia de la temporalidad y de la solidaridad, que hallamos en dos de sus mejores libros: Historia del corazón, publicado en 1954, y En un vasto dominio, en 1962, en los que no falta el canto de la realidad social, del hombre situado aquí y ahora. El pueblo y la historia entran finalmente en la obra de los poetas del 27, como testimonio de un tiempo mísero y también esperanzado. Cerrando así el ciclo -o abriendo uno nuevo- que va desde la poesía pura, intimista o surrealista, a la poesía de situación temporal e histórica. Ellos, los poetas del 27, pueden decir lo que decía Goethe cuando alguien le reprochaba que escribiese poesía de circunstancias: «Mis poemas son todos poemas de circunstancias porque todos se inspiran en la realidad».

     Desde nuestra perspectiva podemos ver en la actualidad que aquel grupo de poetas acusados, cuando eran jóvenes, de esteticistas, puristas y deshumanizados, no sólo han enriquecido con libros inmortales nuestra poesía, sino que además han contribuido con un vivo ejemplo moral frente a una sociedad que en un primer momento los rechazó y hoy admite que han legado a nuestra cultura un tesoro poético cuya importancia ha sido comparada, y con razón, por Dámaso Alonso, a la de nuestros grandes poetas del Siglo de Oro.


Panorama cultural de los años 20

En la década de los 20, soplaron con fuerza los vientos regeneradores del vanguardismo estético en Europa. A este movimiento pertenecieron personalidades españolas de excepción como Pablo Picasso, Salvador Dalí y Luis Buñuel. La obra del primero estuvo íntimamente ligada a sus raíces españolas y a un temperamento barroco y lleno de excesos y contrastes, que era lo que parecía caracterizar al arte español. Fue Picasso quien, con el estilo cubista, escribió la primera página de la pintura del siglo XX. Los admiradores de este pintor malagueño pueden apreciar en el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid su Guernica, el retrato del horror del bombardeo nazi sobre un refugio vasco durante la Guerra Civil. En Barcelona, los amantes del arte pueden visitar la calle Aviñon, la simbólica cuna del cubismo representada por Las Señoritas de Avignon. Existe también un estupendo Museo Picasso en el centro del Barrio Gótico que recoge algunas de sus obras de juventud y muchos grabados y series de pinturas inspiradas en Las Meninas de Velázquez.

Madrid fue el lugar de nacimiento del cubista Juan Gris que supo reducir los objetos que pintaba a su masa cromática y propiedades geométricas esenciales. Y Cataluña puede presumir de la paternidad de Juan Miró, el maestro del surrealismo, un hombre profundamente poético y original y con un estilo infantil que traiciona su sabia visión. Una gran parte de su obra se exhibe en la Fundación Miró de Barcelona, alojada en un espléndido edificio diseñado por el arquitecto Josep Luis Sert.

También asociado con el surrealismo está Salvador Dalí, artista excepcional que gustaba de provocar la sensibilidad burguesa con gestos escandalosos y calculados. Dalí había vivido con Luis Buñuel y Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid en los años 20. Esta institución, enormemente importante por su ambiente intelectual y su gran fertilidad artística, es todavía un centro cultural floreciente y la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Fue allí donde nació el grupo de poetas conocido como la Generación del 27.

Por primera vez desde principios del siglo XVII coincidieron en España un grupo de talentos líricos eminentes: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti, el ganador del Premio Nobel Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego,… Desde un punto de vista cultural, la Generación del 27 representó una ocasión única en la que las impresiones que imperaban eran una actitud descuidada de la vanguardia, la ilusión del arte modernista y el optimismo del Viejo Continente de entre guerras. En España, esta atmósfera floreció efímeramente en el ambiente impetuoso que se creó con la proclamación de la Segunda República. Los artistas jóvenes se sentían extasiados con el mundo del cine, las «Luces de la ciudad«, la ruptura con la burguesía, el arte del realismo y la ilusión de una revolución política y estética.

Años más tarde, todos ellos sufrirían las tremendas heridas de la Guerra Civil. Federico García Lorca fue asesinado por los nacionalistas y su dramática muerte simbolizó la de toda una generación creadora. Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillen, Rosa Chacel y María Zambrano se vieron forzados al exilio. Su poesía, que había traído a la lírica española el ideal de perfección de la «poesía pura», se volvió más temporal, más reflexiva.

Aplicación del concepto de Generación.

Si algún grupo de autores merece el nombre de Generación, sin duda es éste. Pese a las precauciones que hay que tener, podemos considerarlos como grupo compacto, si bien con variedades muy notorias dentro de ellos (lo cual es lógico). El grupo lo forman Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Luis Cernuda y Rafael Alberti. Algunos críticos incluyen también a los malagueños Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Estos diez son los que se citan con mayor frecuencia, sin faltar quien considera también miembro del grupo a Juan José Domenchina (nacido en 1988), aunque se siguen dejando fuera de lugar a muchos otros (Hinojosa, Garfias, Chabás…) que, por distintas razones, han quedado relegados a un segundo término. Estrictamente estamos ante un grupo generacional (el nombre «grupo del 27» ha sido muy usado por la crítica (G. de Torre, D. Alonso, Rozas); también se les ha dado otros menos afortunados: del 25 (Cernuda, J.L.Cano), de la Dictadura (Max Aub), Vanguardista (Rozas), de la República, de Guillén-Lorca…).

Todos nacen en un período menor a 15 años: desde 1891 (Salinas) a 1905 (Altolaguirre).

Su formación intelectual es semejante: la mayoría son universitarios, algunos llegan a ser profesores (Salinas, Guillén, Alonso…). Casi todos pasaron por la Residencia de Estudiantes.

El acontecimiento generacional que les une (aunque muchos ya estaban unidos) fue la celebración del tricentenario de la muerte de Góngora, con unos actos de reivindicación del poeta cordobés (cuya obra «difícil» aún no había sido redescubierta).

Se oponen a los que no reconocían el talento de Góngora (actos contra la Academia). Celebran un homenaje en el ateneo sevillano, invitados por Ignacio Sánchez Mejías. Colaboran en las mismas revistas (Revista de OccidenteLitoral). De 1920 a 1936 sus vidas están muy unidas.

No hubo caudillo (algunos hablan de Juan Ramón, pero no parece claro, pese a su gran influencia).

No se alzan contra nada (son muy respetuosos con la tradición literaria española; de hecho, este dato impide que cuaje el nombre de«Generación vanguardista», ya que son tan vanguardistas como tradicionales (J.M.Rozas).

No existe un único estilo; eso sí, en todos se ve el deseo de renovar el lenguaje poético y a veces coinciden en su trayectoria, aunque cada uno mantiene un estilo muy personal (afortunadamente). Para todos la poesía es algo muy serio, que hay que trabajar bien, buscando siempre la perfección formal y conceptual. Por eso Góngora es el modelo común. Debicki señala que todos hacen de lo poético una idea vital. Además, rastrea una serie de contactos entre ellos:

-Interés por el empleo más adecuado de la forma y de la lengua.

-Desdén por el sentimentalismo y la retórica.

-Rechazo de cualquier léxico particular como válido en sí.

-Igualdad en el concepto de poesía como misterio.

Dámaso Alonso destaca otros puntos de conexión: «coetaneidad, compañerismo, reacción similar ante excitantes externos«. Es firme defensor de la existencia de la generación. En todo caso, sería partidario de reformar la idea de Petersen antes que renunciar al nombre de Generación del 27. En cuanto a las características de la generación, habla de dos fases:

Hasta 1927: Triple influencia:

-del ultraísmo: ligar elementos distantes; ennoblecimiento del humor.

-del Cubismo: asimilan la técnica, el odio a la anécdota y a lo sentimental.

-de Paul Valéry: asepsia, deshumanización.

A partir de 1927:

-«aumento de la temperatura humana»,

-progresiva «humanización».

Afinidades estéticas

En los autores del 27 es muy significativa la tendencia al equilibrio, a la síntesis entre polos opuestos (Lázaro), incluso dentro de un mismo autor:
 Entre lo intelectual y lo sentimental. La emoción tiende a ser refrenada por el intelecto. Prefieren inteligencia, sentimiento y sensibilidad a intelectualismo, sentimentalismo y sensiblería (Bergamín). Se observa muy bien en Salinas.

Entre una concepción romántica del arte (arrebato, inspiración) y una concepción clásica (esfuerzo riguroso, disciplina, perfección). Lorca decía que si era poeta «por la gracia de Dios (o del demonio)» no lo era menos «por la gracia de la técnica y del esfuerzo».

Entre la pureza estética y la autenticidad humana, entre la poesía pura (arte por el arte; deseo de belleza) y la poesía auténtica, humana, preocupada por los problemas del hombre (más habitual tras la guerra: Guillén, Aleixandre…).

Entre el arte para minorías y mayorías. Alternan el hermetismo y la claridad, lo culto y lo popular (Lorca, Alberti, Diego). Se advierte un paso del «yo» al «nosotros»«El poeta canta por todos», diría Aleixandre.

Entre lo universal y lo español, entre los influjos de la poesía europea del momento (surrealismo) y de la mejor poesía española de siempre. Sienten gran atracción por la poesía popular española: cancioneros, romanceros…

Entre tradición y renovación. Se sienten próximos a las Vanguardias (Lorca, Alberti, Aleixandre y Cernuda poseen libros surrealistas; G.Diego, creacionistas); próximos a la generación anterior (admiran a Juan Ramón, Unamuno, los Machado, Rubén Darío…); admiran del XIX a Bécquer (Alberti, («Homenaje a Bécquer») Cernuda «Donde habite el olvido»…); sienten auténtico fervor por los clásicos: Manrique, Garcilaso, San Juan, Fray Luis, Quevedo, Lope de Vega y, sobre todos, Góngora.

Etapas en la evolución.

La clasificación más aceptada es la de Lázaro:

·Hasta 1927.

Influjo de Bécquer y del Modernismo. Pronto aparecen las primeras Vanguardias. A la vez y, por influjo de Juan Ramón, se orientan hacia la «poesía pura«: «Poesía pura es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado de él todo lo que no es poesía»(Guillén). Se depura el poema de todo lo anecdótico, de toda emoción que no sea puramente artística. Para ello usan mucho la metáfora. Esta poesía es bastante hermética y fría.

También lo «humano» les influye, sobre todo a través de la lírica popular (Alberti). La sed de perfección formal los lleva al clasicismo, sobre todo de 1925 al 27. Incluso podemos hablar de una fase «gongorina».

De 1927 a la Guerra Civil.

Comienza a notarse cierto cansancio del puro formalismo. Se inicia un proceso de rehumanización (más notorio en algunos autores, pero presente en todos). Se dan las primeras obras surrealistas (radicalmente opuesto a la poesía pura). Pasan a primer término nuevos temas, más humanos: el amor, el deseo de plenitud, las frustraciones, las inquietudes sociales o existenciales… Nace la revista Caballo verde para la poesía, de Palo Neruda (1935), donde aparece el «Manifiesto por una poesía sin pureza».
Algunos poetas, debido a sus inquietudes sociales, se interesan en política (en el favor de la República, fundamentalmente).

Después de la guerra.

Lorca muere en 1936. El grupo se dispersa:

a) En el exilio Guillén escribe Clamor, obra en la que se aleja de la poesía pura. Aparece el tema de la patria perdida.

b)En España quedan sólo D. Alonso y V. Aleixandre, que hacen poesía angustiada, existencial (Hijos de la ira, 1944).  

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