La nutrición es esencial para la salud y, a su vez, la salud es un problema de cada uno. Un estudio revela que el sobrepeso caracteriza al 41% de los pacientes diagnosticados con cáncer de esófago. Por lo tanto, para este cáncer, el sobrepeso es uno de los mayores factores de riesgo. El 40% de los pacientes con este cáncer, presenta también el hábito de fumar (2º factor de riesgo). Otros factores de riesgo como el reflejo esofágico y un bajo consumo de verdura, influye en el 79% de los pacientes con cáncer de esófago. En el 72% de los cánceres celulares escamosos, los pacientes, bebían alcohol y cerca del 90% de estos cánceres se atribuían al conjunto de alcohol, tabaquismo y baja ingesta de frutas y verduras. Para otros adenocarcinomas como los de estómago, se ha demostrado que toman mucho nitrito, principal factor de riesgo en estos cánceres (42%).   Ya hay datos científicos que demuestran que la alimentación influye directamente en la posibilidad de padecer cáncer. Así mismo, existe un cambio cultural creciente en la preocupación por la comida y la delgadez. En EE.UU. se ha visto que el 45% de las amas de casa hacen dieta, casi 1 de cada 2. El 56% de mujeres de entre 25 y 54 años hacen dieta. El 73% la hace por estética, no por salud. Una de cada 14 muertes que hay en todo el mundo está provocada por el bajo peso de neonatos y madres. En el año 2000 esta fue la causa de muerte de 3.4 millones de niños y madres; y de esos 3.4 millones, la mitad fueron en África debido a la malnutrición. En los países en desarrollo, la desnutrición fue un factor coadyudante en más de la mitad de las muertes de los niños. Muchas de estas muertes se habrían podido evitar con medidas preventivas tales como: dar vitamina A, hierro y zinc.   Actualmente son 3 millones de muertes las que se asocian al sobrepeso. Hay 1000 millones de personas que están en riesgo debido a que son obesos. En 20 países de Europa Occidental, el exceso de kilos se cobra al año 320.000 vidas. Por su parte, en los países pobres, unos 170 millones de niños pesan menos de lo debido por falta de alimentos. Mil millones de adultos en todo el mundo, sin distinción entre países o cantidad de ingresos netos, sufren sobrepeso u obesidad.   Somos seres vivos y, como tales, para vivir necesitamos elementos nutricionales. La naturaleza aporta todo lo necesario para que el desarrollo biológico sea armónico (la naturaleza aporta lo necesario para que se desarrolle el SH). No hay que olvidar que la conducta alimentaria es, como su propio nombre indica, una conducta. Si no hay un trastorno de la conducta alimentaria es porque el SNC regula esa conducta (la normal regulación del SNC se dirige también a la conducta). La sensación de hambre procede tanto de estímulos metabólicos como de receptores periféricos que están situados en la boca y en todo el tubo digestivo (que tiene 9 metros). Esto produce sensación y percepción de hambre, lo cual desencadena la conducta de alimentación. Cuando cesan esos estímulos, aparece la sensación de saciedad y dejas de comer porque ya no lo necesitas (se detiene la conducta alimentaria). Cuando el organismo precisa un nuevo aporte energético, se inicia de nuevo el ciclo.   El individuo normal, en situaciones de no precariedad, tiene reacciones adaptadas a los estímulos de hambre y sed con respuestas correctas. El lugar en el organismo donde residen el núcleo funcional del hambre y la saciedad están localizados en el hipotálamo. Sin embargo, es a través de la corteza cerebral donde se establecen mecanismos mucho más complejos relacionados con la alimentación. En el caso de las conductas encaminadas a conseguir alimentos, supone la coordinación y correlación de percepciones sensoriales, almacenamiento de recuerdos de experiencias anteriores y vinculación de esta conducta con el mundo externo del sujeto. Estamos en un país en el que existe la comida de trabajo, las familias se reúnen para comer, los postres son peligrosos, etc. El proceso de la alimentación puede parecer automático y elemental, pero no lo es.   Pasaron muchos siglos hasta que las anomalías en el proceso natural de la alimentación se reconocieran como una enfermedad. Incluso hoy en día, hay serias dificultades para delimitar lo que es normal de lo que no, en lo que a términos de alimentación se refiere. Las primeras referencias son del siglo XVI. Desde entonces aparecen referencias sobre personas que tienen conductas restrictivas alimentarias, que son vistas como anómalas. Con el paso de los años, ya no se dice que aquello tiene justificación religiosa o que es una conducta social alterada, sino que es una enfermedad médica.   Respecto a la obesidad, se tardó muchos más años en verla como un problema médico, sino que se veía como un problema social y psicológicos que médico. A pesar de que la obesidad sugiere enfermedad física, se tardó más en reconocerse como tal. En las últimas décadas, medidas, incluso legales, están promoviendo la disminución de la estigmatización y la marginación basada en factores como: raza, religión y orientación sexual. La obesidad, sin embargo, parece mantener connotaciones negativas y marginales, y está alcanzando una forma socialmente aceptable de prejuicio y desprecio. Por estas, entre otras razones, esta enfermedad genera un gran sufrimiento psicológico. Hay estudios referidos a niños en etapa escolar, en los cuales se relaciona la autoestima personal, la imagen corporal y las burlas. Los resultados son estremecedores, pues sugieren que el hecho de ser objeto de burlas en referencia al temario corporal en la infancia y la adolescencia, es un factor de riesgo para el desarrollo de una imagen corporal y una autoestima sanas.   El obeso puede llegar a odiar su cuerpo, al que puede llegar a considerar un enemigo. Puede llegar un momento en el que, incluso, se evite el contacto social por ello. Otros estudios recuerdan la importancia social, familiar… de ciertas prescripciones en ciertos contextos referidos a los obesos. Hay otros estudios sobre actitudes que algunos niños tienen sobre las personas con cuerpo obeso, a las que tachan de: «holgazanes, lentos, sucios, estúpidos, feos, tramposos y mentirosos». Si a estos niños se les da la oportunidad de escoger entre niños con un peso normal y niños con alguna limitación física y niños obesos, los niños (al igual que los adultos), desplazan a los obesos al último lugar de elección. Las personas obesas tienen que enfrentarse a la estigmatización social. Los jóvenes obesos tienen menos probabilidades de encontrar pareja que personas que no lo son y, cuando lo encuentran, tienen más probabilidades de descender en la escala social. Si acceden al mundo laboral, suelen tener problemas discriminativos. Por ejemplo, hay estudios que demuestran que un 16% de empleados manifiestan que no emplearían a personas obesas bajo ninguna circunstancia y el 44% los emplearían bajo ciertas circunstancias especiales.   En el personal sanitario, los médicos tienen un trato menos respetuoso con los obesos. Si se les pregunta por qué lo hacen, suelen contestar «porque los veo con falta de voluntad, feos y torpes». Incluso los obesos aborrecen su propia apariencia, viendo su cuerpo como grotesco o despreciable, y piensan que los demás sólo los pueden ver como tal. La sociedad, por su parte, sanciona a los obesos. Esto hace que pensemos que una adolescente obesa es una población de riesgo (se estigmatiza socialmente la obesidad). Esto también puede estar detrás de la anorexia.   Hay modelos de afrontamiento, como por ejemplo, el de Sobal, que está formado por 4 componentes: ⇒  Ayudar a las personas a reconocer la presencia del estigma («usted estigmatiza y usted está estigmatizado»). ⇒  Prepararles para responder a las actividades de discriminación. ⇒  Reaccionar ante estas actitudes. ⇒  Reparar el daño causado por la estigmatización.   En EE. UU. se creó la NAAFA (Asociación Nacional para el Avance de la Aceptación), que intentó luchar contra las fuentes de los prejuicios y de la discriminación de los obesos, velando por el cumplimiento de las leyes, resaltando la educación pública y cuestionando la frase de «cuanto más delgado mejor».   Al tratar con un obeso, entre el paciente y el terapeuta, debemos valorar los costes y los beneficios de la pérdida de peso. El criterio puede ser el siguiente: «Para aquellas personas que su obesidad no reporte problemas serios de salud o psicosociales, no merece la pena librar la batalla contra su enfermedad». En muchos casos, quizás lo que realmente merezca la pena es aceptarse tal y como uno es, informarse en medidas alimentarias y costumbres sanas y no entrar en el perverso juego de que lo perfecto es lo ideal. Corporalmente hablando, la perfección es imposible. Estamos ante una sociedad que ha caído en la trampa del cuerpo 10, del cuerpo perfecto, del culto al cuerpo…   Por tanto, la obesidad puede definirse en términos de salud o de cánones sociales y ambas cuestiones no siempre coinciden. El peso ideal para la sa­lud puede observarse en las tablas de peso de la Compañía de Seguros de Vida Metropolitan, o bien reflejarse en el índice de masa corporal (IMC).  

OBESIDAD: CÁLCULO Y PREVALENCIA

IMC (Índice de Masa Corporal) = Peso (kg) / Altura2(metros)
Tabla de equivalencias:  
  • < 18.5         – Peso insuficiente
  • 18.5 – 24.9 – Peso normal
  • 25 – 26.9    – Sobrepeso grado I
  • 27.9 – 29.9 – Sobrepeso grado II
  • 30 – 34.9    – Obesidad tipo I
  • 35 – 39.9    – Obesidad tipo II
  • 40 – 49.9    – Obesidad tipo III (mórbida)
  • > 50            – Obesidad tipo IV (extrema)
Sin embargo, los cánones sociales han dictado una norma de delgadez con un peso corporal inferior al ideal para la salud. La obesidad puede explicarse mediante el modelo de punto de partida o el del incentivo positivo. La primera teoría explica la obesidad a través de la existencia de un punto de partida para el peso corporal, mientras que la teoría del incentivo positivo sostiene que las personas aumentan de peso cuando disponen de gran cantidad de comida suculenta. La obesidad se relaciona con una mayor mortalidad, las enfermedades cardiacas, la dia­betes de la edad adulta y las enfermedades del tracto digestivo, aunque el vínculo entre el peso y la mortalidad atribuida a todas las causas se establece según una relación en forma de U; en otras palabras, las personas más delgadas y las más obesas son aquellas que enfrentan a un mayor riesgo de morir. La mayor parte de las personas con un sobrepeso moderado y que no tienen factores de riesgo coronario no presen­tan un mayor nivel de riesgo de padecer enfer­medades cardiacas o de mortalidad atribuida a todas las causas. Sin embargo, una obesidad severa, antecedentes de cambios cíclicos de peso y una acumulación excesiva del peso alrededor de la cintura en lugar de las caderas constitu­yen un riesgo de muerte atribuida a todas las causas, especialmente por enfermedades del corazón. La obsesión por la delgadez que fomenta nuestra cultura ha provocado el surgi­miento de infinidad de dietas, muchas de las cuales no son ni seguras ni permanentemente eficaces. Las personas que desean perder peso deberían incorporar a su rutina cierta clase de ejercicios en sus pro­gramas diarios. A pesar del reciente descenso del consumo de grasas, las personas que viven en los Estados Unidos pesan ahora más que nun­ca, porque el número de calorías que consumen ha aumentado. Por otro lado, al hablar de la obesidad y la delgadez, no podemos olvidar hablar de las dietas y los regímenes. Perder peso es más fácil que mantener la pér­dida de peso, pero los programas que incluyen una etapa post-tratamiento y un seguimiento frecuente pueden resultar útiles para ayudar a las personas a mantener un peso saludable. Los programas de modificación de la conducta sue­len resultar más útiles que otras clases de pro­gramas y, de hecho, las personas que experi­mentan cambios positivos en su vida después de perder peso pueden verse motivadas para mantener su nuevo peso. Por otra parte, los pro­gramas de modificación de conducta en niños obesos tienen mayor éxito a la hora de imple­mentar una pérdida de peso permanente que los programas similares efectuados en adultos. Someterse a régimen constituye una buena elección en algunos casos, pero no en otros. Las personas con obesidad mórbida y aquellas cuya relación cintura-cadera es elevada deben intentar perder peso y eliminar los kilos de más. Sin embargo, las personas que se someten a régi­men por razones estéticas podrían estar más sanas si no perdieran peso y aquellas que lo hacen y luego recuperan el peso original pre­sentan un mayor riesgo de mortalidad que los que son ligeramente obesos, pero son capaces de mantener un peso estable. De esta manera, el mantenimiento del peso, especialmente en las personas que no son severamente obesas, es un modelo más saludable que las fluctua­ciones de peso. Por último, a la hora de hablar de hábitos de nutrición y salud, hemos de hacer referencia a los llamados trastornos de la alimentación: Algunas personas se someten a un progra­ma de pérdida de peso que, al parecer, está más allá de su control y termina convirtiéndose en un régimen de ayuno total. Este trastorno de la alimentación denominado anorexia nerviosa es poco habitual, pero resulta más frecuente entre las mujeres jóvenes competentes y capaces. La anorexia es muy difícil de tratar con éxito, ya que las personas que la padecen continúan considerando que les sobra grasa, careciendo de motivaciones para modificar sus hábitos alimenticios. La bulimia es un trastorno de la alimenta­ción caracterizado por unas comilonas descon­troladas, generalmente acompañadas de un sen­timiento de culpabilidad y seguidas de vómitos y otros métodos de purga. Si bien las personas con bulimia difieren entre sí en ciertos aspectos, muchas de ellas comparten ciertas característi­cas personales. En general, en comparación con otras personas, tienen mayor predisposición a deprimirse, a abusar del alcohol y otras drogas, así como de robar objetos que no tienen la inten­ción de utilizar. Además, es muy probable que hayan sido víctimas de abusos sexuales duran­te la infancia, que no estén satisfechas con su propio cuerpo y que utilicen la comida para pro­curarse un alivio emocional. El tratamiento de la bulimia ha sido, por lo general, más eficaz que el de la anorexia, en par­te porque en la bulimia se tiene una mayor moti­vación para cambiar. Los fármacos antide­presivos se han utilizado con éxito limitado para tratar la bulimia, así como los programas con mayor éxito para tratar los trastornos de la ali­mentación son aquellos que incluyen técnicas cognitivo-conductuales que pretenden modifi­car no sólo los hábitos alimenticios, sino tam­bién las preocupaciones patológicas sobre el peso y la alimentación que caracterizan tanto a la anorexia nerviosa como a la bulimia.