Regencia de María Cristina y Crisis de 1898: Fin del Imperio Colonial Español
La Regencia de María Cristina (1885-1902) y el Turno de Partidos
La muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885 no supuso la interrupción del régimen de la Restauración. La Regencia de María Cristina representó la culminación del sistema hasta la crisis de 1898, que liquidó el imperio colonial. La crisis, planteada al morir el Rey sin heredero varón, fue resuelta hábilmente por Cánovas del Castillo. Para evitar declarar heredera a la hija mayor de Alfonso XII, María de las Mercedes, pactó con Sagasta un cambio de gobierno en la aplicación del sistema de turno de partidos, conocido como el Pacto de El Pardo.
María Cristina de Habsburgo, que estaba esperando un hijo, asumió la regencia y designó a Sagasta como nuevo presidente, asegurando la continuidad de la Restauración, que se reafirmó con el nacimiento de Alfonso XIII en mayo de 1886.
El periodo de 1885 a 1890, conocido como el Parlamento Largo, constituyó una etapa excepcional bajo el liderazgo de Sagasta, agotando la totalidad del período constitucionalmente previsto. Las reformas más importantes que se dieron fueron:
- La reforma del Código Civil.
- El proyecto de ley de jurado y de juicios con jurado.
- La ley de asociaciones para congregaciones religiosas y asociaciones de tipo social, además de cuatro leyes de desarrollo económico y ferrocarriles.
- Leyes de administración local.
En muchas ocasiones, las reformas iniciadas acabaron en soluciones de compromiso, debido a los posicionamientos lejanos de las fuerzas políticas. Así ocurrió con la cuestión foral, el matrimonio canónico o la ley de sufragio universal masculino, que a pesar de ser aprobada en 1890, obligó a Sagasta a dejar el gobierno, implicado en un escándalo financiero. En política exterior, Segismundo Moret activó las relaciones internacionales, abriendo cuatro nuevas embajadas en Londres, Berlín, Roma y Viena.
Debido a los problemas con Francia por Marruecos, suscribió un acuerdo con Italia que le abría las puertas de la Triple Alianza. En las elecciones de 1891, la participación fue de tal magnitud que supuso una auténtica conmoción para la vida política española. Estas elecciones significaron el regreso del partido conservador. La vuelta de los conservadores vino avalada por los grandes sistemas productivos del país (los cerealistas castellanos, los fabricantes textiles catalanes o los sectores siderúrgicos del norte). Estos grupos reclamaron una vuelta al proteccionismo, ya que el librecambismo del periodo anterior había destapado las miserias de estos sectores. A partir de este momento, el partido conservador sufrirá una división interna por la disparidad de criterios existente.
A finales de 1892, volvieron al poder los liberales, encabezados por Sagasta. En este gobierno, la política de Cuba tomó un papel relevante, intentando apaciguar las protestas. En Filipinas se fundó la Liga Filipina de Rizal, primer síntoma autonomista, y en 1894, José Martí creó el Partido Revolucionario Cubano, ya de carácter independentista. Durante estos últimos años de la Restauración, se produjo un incremento de la tensión social, apareciendo organizaciones como Mano Negra, que llevó tensión al campo andaluz. En Cataluña, el sector textil vivió también momentos violentos, con atentados contra el general Martínez Campos o el Liceo de Barcelona. La respuesta del gobierno fue el empleo de una mayor dureza, pero solo consiguió aumentar la conflictividad, con un momento culminante con el asesinato de Cánovas del Castillo, que llevó a la crisis de 1898.
La Oposición al Sistema de la Restauración
Varios grupos políticos, sociales e ideológicos se opusieron al sistema de la Restauración sin éxito hasta 1883.
El sufragio universal permitió que los republicanos consiguieran diputados, sobre todo en las ciudades donde no funcionaba el caciquismo, pero la adulteración de los resultados siempre condujo a estos grupos opositores a una presencia escasa dentro del sistema. Las más importantes fueron:
- Los carlistas: una fuerza política casi residual que había renunciado a las armas y que nunca obtuvo más de un 3% de los votos, sobre todo en el País Vasco y Navarra.
- Los partidos republicanos: con su base social en las clases medias urbanas, defendieron la democratización del régimen y ciertas medidas sociales. Estuvieron bastante desorganizados, pero con políticos de cierto nombre como Melquiades Álvarez o Alejandro Lerroux, fundador en 1908 del Partido Radical Republicano.
- Movimiento obrero: tras la creación de la sección de la AIT, en la que intervinieron el anarquista Fanelli y el marxista Lafargue, se produjo una persecución a partir de 1874 coincidiendo con el golpe de Pavía. Después, como pasó en el resto de Europa, la división de la AIT provocó la ruptura también en España. Los anarquistas fueron el grupo mayoritario. Tras la ley de asociaciones de 1881 se lanzaron a una intensa actividad de lucha social. En este año se fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). En esta organización destacó la figura de Anselmo Lorenzo, uno de los principales líderes del movimiento anarquista, especialmente al comienzo. A partir de 1901, diversos grupos se organizaron en torno a la publicación de Solidaridad Obrera, y en 1910 nació la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el mayor sindicato español de la época, con fuerza en el campo andaluz y en el sector textil catalán. Los marxistas siempre fueron un grupo minoritario en el país. De forma clandestina, en 1879, se fundó en Madrid el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con Pablo Iglesias como líder, dentro de un grupo de trabajadores de artes gráficas. En 1888, el PSOE celebró su primer congreso, en el que se fundó la Unión General de Trabajadores (UGT), que se convirtió en el sindicato socialista, con posiciones mucho más moderadas que la CNT. Partidario de la lucha política, Pablo Iglesias consiguió su acta de diputado en 1910.
- Oposición intelectual: integrada por pensadores, profesores universitarios, novelistas, que criticaban un sistema que impedía la modernización del país y que cada vez lo alejaba más de la Europa avanzada.
Regionalismo y Nacionalismo en España
A finales del siglo XIX, tanto en Cataluña como en el País Vasco, surgieron movimientos que cuestionaban la existencia de una única nación en España. El punto de partida de estos argumentos nacionalistas está en afirmar que Cataluña y el País Vasco son naciones y que, en consecuencia, tienen derecho al autogobierno. Esta afirmación la basan en la existencia de unas realidades diferenciales, como la lengua, los derechos históricos (fueros), la cultura y las costumbres propias. Estos movimientos tuvieron planteamientos más o menos radicales, desde el autonomismo al independentismo.
Nacionalismo Catalán
Cataluña y los demás reinos de la Corona de Aragón habían perdido sus leyes y los fueros particulares con los Decretos de Nueva Planta, tras la Guerra de Sucesión, que terminó en 1713. Durante el siglo XIX, el nacionalismo nació en Europa y sirvió de coartada para una burguesía que se había convertido en protagonista de la Revolución Industrial. En Cataluña el regionalismo vivió distintas etapas:
- El primer signo externo de regionalismo catalán se dio en la década de 1830, con la aparición de la Renaixença, que pretendía recuperar la lengua catalana.
- En 1882, Valentí Almirall creó el Centre Català, una organización política que reivindicaba la autonomía de Cataluña y denunciaba el caciquismo que se vivía en España durante la Restauración.
- En 1891, Prat de la Riba fundó la Unió Catalanista, de ideología conservadora y católica. Al año siguiente, esta organización aprobó las Bases de Manresa, un programa de autogobierno en el que se dividían las competencias entre el Estado español y la Autonomía catalana. Fuertemente nacionalista, la Unió Catalanista nunca fue separatista.
- En 1901 nació la Lliga Regionalista, en la que destacó la figura del dirigente Francesc Cambó, y en la que Prat de la Riba apareció como ideólogo. El partido tenía una ideología conservadora, católica y burguesa, con dos objetivos: la autonomía política del independentismo, que llevó a Cambó a participar en algunos gobiernos en Madrid; y la defensa de los intereses económicos de los industriales catalanes, con políticas de corte proteccionista.
El nacionalismo se extendió sobre todo por la burguesía y el campesinado catalán, mientras que la clase obrera se orientó hacia el anarquismo.
Nacionalismo Vasco
A lo largo del siglo XIX, las Guerras Carlistas significaron la derrota de los fueros y de los particularismos vascos, que se fueron eliminando paulatinamente, iniciándose con la ley del 25 de octubre de 1839 de reforma de los fueros vascos, y culminando con la ley del 21 de julio de 1876, que liquidó el ordenamiento foral. A pesar de todo, la burguesía vizcaína, enriquecida por la reciente Revolución Industrial, fue el terreno social en el que nació el nacionalismo vasco. El Partido Nacionalista Vasco (PNV o EAJ) fue fundado por Sabino Arana en 1895. Nacido en una familia carlista y ultracatólica, formuló los fundamentos ideológicos del nacionalismo vasco:
- La independencia de Euskadi y la creación de un estado vasco independiente en el que se incluirían siete territorios: cuatro españoles (Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra) y tres franceses (Lapurdi, Benafarroa y Zuberoa).
- Potenciación de un radicalismo antiespañol.
- Exaltación de la etnia vasca, buscando la pureza racial, que le llevó a la oposición a los matrimonios entre vascos y maquetos, desprecio de los inmigrantes, en su mayoría obreros industriales, a los que acusaban de usurpadores del trabajo.
- Integrismo religioso católico, que implicaba una subordinación de la política a la religión, resumido en un lema: “Dios y Leyes Viejas”, que daba una clara continuidad a la reclamación carlista, movimiento rechazado por el nacionalismo vasco, acusándole de españolista.
- Promoción del idioma y de las tradiciones culturales vascas. Este fenómeno se conoce como euskaldunización y se extiende por toda la sociedad vasca, rechazando simultáneamente la influencia cultural española, que califica como extranjera.
- Idealización y apología del mundo rural vasco, en contraposición de la sociedad industrial españolista.
- Conservadurismo ideológico, tanto en lo social como en lo político.
La influencia social del nacionalismo vasco fue un tanto desigual. Socialmente se extendió entre la pequeña y mediana burguesía y entre el mundo rural, mientras que la burguesía industrial y financiera se alejaron de él. El proletariado se sumaba masivamente al pensamiento socialista. Geográficamente, el nacionalismo vasco nació en Vizcaya, y se extendió por Guipúzcoa, mientras que en Álava y Navarra la influencia fue menor.
Otros Nacionalismos
En cuanto a otros nacionalismos, como el gallego o valenciano, no tuvieron mucha trascendencia durante esta época, fueron fenómenos muy minoritarios de escaso eco social.
La Guerra Colonial y la Crisis de 1898
La crisis de 1898 engloba los acontecimientos políticos, sociales, económicos y militares que se produjeron en España a finales de siglo y que determinaron el final del imperio colonial español en América y el Pacífico.
Una vez establecida la Constitución de 1876, el nuevo régimen planteó una política exterior de recogimiento. A partir del 85 los liberales intentaron que fuera más activa pero fracasaron en la integración de la Triple Alianza. Sobre Marruecos la postura fue apática y España quedó prácticamente fuera del reparto de África en la Conferencia de Berlín de 1884. En América tras la independencia de casi todas las colonias, solo quedaban Cuba y Puerto Rico en el área de las Antillas y Filipinas en el Pacífico, en el sureste asiático.
Durante todo este siglo la relación colonial entre Cuba y España se encontró marcada por dos factores: el atraso económico de la metrópoli y el auge de la producción azucarera cubana.
Tanto Cuba como Puerto Rico basaron su economía en la agricultura de exportación, sobre todo de dos productos: el azúcar de caña y el tabaco, trabajados con mano de obra esclava procedente de África.
Las colonias alcanzaron un importante desarrollo convirtiéndose en una fuente lucrativa de ingresos para la metrópoli. Las leyes arancelarias impuestas por el gobierno de Madrid convirtieron estos territorios en un mercado cautivo de la industria textil catalana y de la agricultura cerealística castellana, hecho éste que perjudicaba a los isleños que podían encontrar productos mejores y más baratos en los vecinos isleños. La hegemonía española se basaba cada vez más en la defensa de los intereses de una reducida oligarquía esclavista contando para ello con el apoyo del ejército para evitar una eventual rebelión como la que había ocurrido en Haití.
En Filipinas la situación era muy diferente, la población española era minoritaria y los capitales invertidos escasos. El dominio español se ejercía a través de una pequeña potencia militar y sobre todo en el poder de ciertas órdenes religiosas.
La ruptura de los intereses comunes en Cuba vino de la mano del liberalismo; los peninsulares temían que la representación política en Cortes sirviera de base para el independentismo y lo que era peor que hubiera un corte en la transferencia de recursos en plena Guerra Carlista. Por eso, se desplazó a los criollos del poder político dejando estas responsabilidades a peninsulares. A la altura de 1860 esta situación daba una imagen de España de potencia opresora que esquilmaba a la colonia, tan solo compensada por la brillante economía isleña que proporcionó una situación de equilibrio con reformas políticas para evitar la recesión.
El primer gran conflicto en Cuba fue la guerra larga entre 1868 y 1878 iniciada con el grito de Yara que coincidió con el grito de los Lares en Puerto Rico y con la Revolución del 68 en la península. Fue el primer aviso serio de las aspiraciones independentistas en Cuba y Puerto Rico.
El levantamiento cubano fue un desafío a la soberanía española en la isla y a su política esclavista. En el primer caso la solución pasó por el campo de batalla; sin embargo, fue mucho más complicado abordar el problema esclavista y el libre comercio de la isla. Los políticos adoptaron la solución de posponer las reformas hasta el fin de la guerra. Ni siquiera, la Primera República fue capaz de aportar soluciones. De hecho, los cubanos mostraron una gran desilusión por el republicanismo.
Finalmente la paz de Zanjón firmada en 1878 no pudo articular un sistema eficaz de relación entre la península y Cuba. Martínez Campos lo que diseñó fue un sistema político en el que los beneficiados seguían siendo los intereses peninsulares aunque sí que es cierto que por primera vez Cuba tenía representación en la península. Al final, el acuerdo solo prolongó la presencia española en la isla, pero los dos partidos cubanos: el Partido Liberal Autonomista y la Unión Constitucional cada vez se alejaban más de los intereses españoles.
A esta situación se le añadió un problema político en España que fue la envidia política entre Cánovas y Martínez Campos. Cánovas se dio cuenta del protagonismo adquirido por Martínez Campos en la resolución del conflicto cubano, temiendo que el militar pudiera eclipsar su figura política decidió encumbrarle a la presidencia del gobierno para que dirigiera el proceso político desde ahí, sabedor de que no contaría con la mayoría parlamentaria necesaria para ejecutar el convenio de Zanjón y que por lo tanto fracasaría en la acción política.
A partir de ahí Cánovas regresa a la presidencia en diciembre de 1879 tras el fracaso de Martínez Campos pero los hechos fueron pocos comparados con las promesas. Lo más importante fue la abolición de la esclavitud en 1880, con una demora de 8 años.
A partir de este momento el problema de fondo que existía eran las distintas velocidades de las dos economías. Mientras que Cuba avanzaba hacia la libertad de comercio, España seguía instalada en el proteccionismo. Cuba tuvo que buscarse un mercado para satisfacer su oferta, porque el mercado español era insuficiente. A la altura de 1890 la economía cubana dependía de EEUU que en esta época absorbía el 70% de las exportaciones de azúcar.
Políticamente, Romero Robledo puso en marcha una serie de reformas que intentaban minar aún más la autonomía política, lo que provocó una reacción en la isla que demostró que la única solución pasaba por la descentralización y la autonomía.
En 1892 Antonio Maura propone un plan de autogobierno pero será rechazado en Cortes y en 1894 las posiciones independentistas representadas por José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo tomaron cuerpo. En febrero de 1895 tiene lugar el grito de Baide. Cánovas vuelve a enviar a Martínez Campos pero ahora ya no tiene éxito.
La insurrección fue dirigida por Máximo Gómez tras la temprana muerte de José Martí extendiendo el levantamiento de forma rápida a través de las guerrillas y de la colaboración activa de la población rural. Martínez Campos solicitó el relevo y Cánovas nombró al general Valeriano Weyler como jefe de operaciones militares en Cuba que partidario de una política de resistencia rápidamente obtuvo resultados. La idea de Cánovas era la de introducir una cierta autonomía política tras los primeros éxitos militares para apaciguar a la población pero se encontró con la oposición del sector más conservador del partido y con la postura diplomática hostil de Estados Unidos que en mayo de 1897 reconocía la beligerancia cubana.
En 1987 tras el asesinato de Cánovas, Sagasta vuelve al gobierno y propone un nuevo plan autonómico que incluye también a Filipinas. El general Blanco sustituye a Weyler y en noviembre se concede una amplia amnistía y se propone un nuevo régimen de autonomía.
El autor de los proyectos fue Segismundo Moret que incluso contempló la elaboración de una Constitución para Cuba en la que aparecía el sufragio universal, la existencia de un gobernador con funciones similares a las del rey y con una igualdad jurídica y política de cubanos y peninsulares.
La explosión del Maine en el puerto de la Habana, que costó la vida a 260 marines estadounidenses propició una campaña periodística de las cadenas Pulitzer y Hearlst contra el gobierno de España.
El gobierno norteamericano de McKinley, alentado por una opinión pública cada vez más beligerante, acabó por declarar la guerra a España tras un proceso legal, democrático y negociador sin precedentes. En un mismo momento, se ofrecieron 300m de dólares por la isla, se aprobó la movilización de tropas y se dio un ultimátum a España.
La guerra, iniciada un mes más tarde, en mayo de 1898, tuvo un rápido desenlace. El almirante Cervera fue enviado para intentar dar la vuelta a la situación, pero la flota española fue bloqueada en Santiago de Cuba y hundida en el mes de julio. En agosto se firmó el protocolo de Washington que suponía una especie de armisticio a la espera de la firma del tratado de paz definitivo.
En Filipinas, en la bahía de Cavité, en Manila, la flota estadounidense también descuadró a la española, lo que sumado a la posterior derrota en Cuba, hizo surgir la polémica en la sociedad española. En diciembre de 1898, España firma el tratado de Paris, cediendo Filipinas y la isla de Guan a Estados Unidos y concediendo la independencia a Cuba.
Al año siguiente, en febrero de 1899, España vende a Alemania las islas Marianas, las Carolinas y Palaos. De esta forma España liquidaba su imperio colonial a excepción de los territorios africanos, pero sobre todo, la derrota del 98, abrió un periodo de reflexión en la sociedad española, a la que invadió un profundo patriotismo en los ámbitos políticos-intelectuales que se preguntan por las causas del desastre.
En cuanto a la situación económica en que quedó España, fue bastante delicada. Casi todos los sectores se vieron afectado, especialmente los que más tenían que perder, como los textiles catalanes. Los agricultores castellanos y la minería vasca también sufrieron las consecuencias pero su posición era reformista frente a Cuba.
La Iglesia mantuvo su posición en Cuba porque las órdenes religiosas permanecieron en la isla aunque su postura no varió.
Los grupos más contrarios a la guerra y la oposición española como el movimiento obrero, el Partido Socialista o los republicanos entendieron que la derrota en Cuba suponía un alivio, especialmente para las familias de los soldados allí desplazados.
El gobierno que sacó del atolladero a España fue el de Francisco Silvela, que duró año y medio, con una línea transformadora y reformista, utilizando figuras políticas de primer nivel como Colavieja, nacionalistas como Durán y Bas, Eduardo Dato, Rafael Gasset o Raimundo Fernández Villaverde. El gran problema de este gobierno era la incompatibilidad de los programas políticos de los ministros, imponiéndose las tesis de Raimundo Fernández Villaverde en cuanto al ajuste económico.
En marzo de 1901, Francisco Silvela dimite, sustituyéndolo Sagasta en el último gobierno de la regencia que será el que traerá a Alfonso XIII en 1902.