El Teatro tradicional
Durante el primer tercio del siglo XX dos tendencias dominan la escena española, un teatro tradicional y de consumo y un teatro innovador con rasgos marginales y con una relativa influencia en el conjunto del panorama teatral. Este teatro tradicional presenta a su vez diversos aspectos:
- Un teatro poético de tendencia modernista en el que hay que citar autores como Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa, o los hermanos Machado.
- Un teatro cómico en el que Carlos Arniches, el creador del género chico es la figura indiscutible. Sus sainetes, La chica del gato, ¡Qué viene mi marido! etc., mezclan el cuadro de costumbres y el conflicto sentimental, dentro de una idealización populista y con lenguaje casticista.
- El teatro de Benavente, un teatro realista y comedido frente al neorromántico de José Echegaray, que triunfaba en ese momento. Fue el teatro de la burguesía desde 1896 en que estrena Gente conocida, hasta su última obra, Titania, 1976. Se caracteriza por la falta de conflictos graves y por su suave crítica social. En su obra maestra, Los intereses creados se apartan del esquema habitual.
El Teatro innovador
Algunos autores de la generación del 98 hacen los primeros intentos por renovar el anquilosado teatro comercial. Entre ellos destaca
Unamuno, que considera el teatro como método de conocimiento y que hace unos dramas en esqueleto, a los que llama “drumas” como
El otro o
El hermano Juan;
Joaquín Grau, con
El señor de Pigmalión;
Azorín que hace un teatro antirrealista, carente de tensión;
Ramón Gómez de la Serna que en
Los medios seres, utiliza técnicas claramente vanguardistas.
Los dos grandes renovadores de eta época son
Valle-Inclán y
García Lorca.
Valle-Inclán
Inclán empezó a escribir teatro en 1905 y durante 20 años fue su principal ocupación. Para él, el teatro es un espectáculo total, usa técnicas cinematográficas y experimenta constantemente. Expresa su repulsa ante la sociedad contemporánea de dos maneras: o mediante la evasión artificiosa o con el sarcasmo más mordaz. Su teatro se puede clasificar como:
- Modernista: El marqués de Bradomín.
- Ciclo mítico: Comedias bárbaras, las fuerzas del mal y la destrucción libres por el mundo. En Divinas Palabras, el despliegue del mal y la fuerza del lenguaje anuncia lo que será el ciclo siguiente.
- El esperpento, caracterizado por la deformación y el efectismo. Un teatro relacionado con el expresionismo y con el movimiento dadá. Los más famosos esperpentos son Luces de Bohemia y Martes de Carnaval.
- Farsas, en las que degradación de la realidad llega al máximo como en Farsa y licencia de la Reina Castiza.
Aunque autores como Pedro Salinas, Rafael Alberti, Miguel Hernández, o Max Aub, intentan renovar el teatro según fórmulas vanguardistas hay que llegar a Lorca para encontrar un teatro renovador, de calidad y con éxito de público.
García Lorca
En el teatro de Lorca se da una profunda unidad entre teatro y poesía, por eso a cada ciclo poético le corresponde un ciclo teatral.
En
Mariana Pineda, tenemos un teatro de tema histórico tratado poéticamente.
Además de algunas farsas (
Amores de don Perlimpín con Belisa en su jardín) el teatro vanguardista de Lorca lo forman
Así que pasen cinco años, con personajes sin nombre, como soportes de una idea, de tal complejidad, que no pudo estrenarse hasta 1979. Es una meditación sobre el tiempo, derroche de lo que se ofrece, la fecundidad de la vida y el presente frente a al infecundidad del sueño y del futuro;
El público, obra si acabar, así como la última descubierta,
Comedia sin título.
Las tragedias rurales constituyen la última etapa del teatro lorquiano, obras en que el sentido social, el ansia de libertad, de justicia y de realización personal chocan con el rígido código del honor impuesto a las mujeres. Lo que Lorca llamó
Trilogía dramática de la vida española, está compuesta por
Bodas de Sangre, tragedia colectiva,
Yerma, tragedia individual y
La casa de Bernarda Alba, de 1936 y su obra maestra. Es un drama de mujeres en los pueblos de España, mundo de silencio, de espacios cerrados de rigidez moral y murmuraciones de aldea, en el que el instinto de poder, tan ciego como el instinto sexual, suplanta a la realidad y la reprime.