IMPLICACIONES SOCIALES DEL CONOCIMIENTO

Durante mucho tiempo se pensó que el conocimiento humano era ajeno a factores sociales e históricos. La convicción de que el conocimiento podía ser “puro” e independiente de factores externos venía de la confianza en la razón humana, de un presunto atenerse a los hechos y de la defensa de ese tipo de conocimiento que hizo una escuela de pensamiento: el Positivismo en el siglo XIX y el Neopositivismo en el XX. Latía en todas estas cuestiones la preocupación por la objetividad: si los datos son fiables y rigurosos, si las reglas lógicas se aplican correctamente, si nos alejamos de influencias ajenas la propia investigación, nuestros conocimientos quedarán preservados de cualquier influencia perniciosa para la verdad.
Sin embargo, en el siglo XX ocurrieron algunos acontecimientos que acabaron con esta concepción. Por una parte, se empezaron a desarrollar estudios sociológicos que explicaban el conocimiento como fruto de interacciones e intercambios sociales. A ello contribuyó la preocupación producida por las consecuencias desastrosas de la energía atómica en su aplicación militar en la Segunda Guerra Mundial. El conocimiento era ahora analizado como una fuente de responsabilidad para los investigadores, perdiendo su “pureza” y neutralidad. Además, los movimientos sociales de la década de los setenta (ecologismo, feminismo…) acentuaron la importancia de la sociedad en el conocimiento.

1. CONDICIONANTES SOCIALES DEL CONOCIMIENTO

Una de las formas tradicionales de afrontar el problema de la influencia de los factores sociales del conocimiento, se planteó, ya en el siglo XVIII, en torno al tema de la tolerancia. Para los pensadores de la Ilustración, que veían con tanto optimismo la condición humana, la razón debía ejercer su tarea –analizar, conocer y aplicar sus ideas- con independencia, puesto que tenía la capacidad ella sola de llegar a abarcar todos los conocimientos.
La razón debe ser crítica consigo misma y conocer su funcionamiento y posibilidades, pero tiene que superar las limitaciones impuestas desde el exterior. Estas limitaciones son los prejuicios o ideas preconcebidas, las interpretaciones del mundo con las que uno se acerca a las cosas dando ya por conocido el resultado.
Los prejuicios son formas de pensar, valores y comportamientos asumidos acríticamente por los individuos de una determinada sociedad, que impiden un modo autónomo de entender el mundo. Etimológicamente significa “juicio previo”. En general, los prejuicios son creencias no fundamentadas o como actitudes no razonadas, basadas en conjeturas y sin tener un conocimiento pleno de lo juzgado, que pueden derivar en antipatía o simpatía sin auténtico fundamento hacia personas, razas o ideas. Estas ideas son un impedimento para el ejercicio libre de la propia razón y tal como consideraba Voltaire, deben ser abandonados para poder enfrentarse al mundo con total independencia de juicio.
En este sentido, los ilustrados señalan dos clases de prejuicios, los religiosos y los civiles cuya función es la de controlar a los individuos, someterlos y poder seguir detentando el dominio de la sociedad, bien sea influyendo en las conciencias o por el control de las conductas.
Esta dependencia de los prejuicios genera una situación de minoría de edad, como dice Kant, de la que es necesario salir a fin de poder ejercer con total autonomía la propia razón. Sin embargo, por comodidad, el hombre acepta los prejuicios y es culpable de la falta de conocimiento. Por eso, el propio Kant planteaba la solución: en latín, sapere aude!, que quiere decir, ¡atrévete a pensar por ti mismo!
En la actualidad, la sociología del conocimiento, puesta en marcha por Kurt Mannheim y desarrollada después por otros autores, destacó la importancia de los elementos sociales, poniendo de relieve que la aceptación de un dato de conocimiento depende de una convención compartida por una comunidad. El conocimiento es, pues, “convencional”, es decir, es fruto de un determinado momento histórico y de un contexto socio-cultural en el que se inscribe y del que obtiene su sentido. El conocimiento es algo que los miembros de una sociedad utilizan para producir nuevo conocimiento y orientar sus acciones, es decir, tiene una dimensión práctica. Por eso la misma sociedad es la que genera conocimiento y lo determina. Esto significa que no puede hablarse de conocimiento sin introducir referencias al marco en el cual surgió, a la época en la que se constituyó o a lo que aportó en una comunidad. Sociedad y conocimiento son factores, en consecuencia, que están íntimamente relacionados.
Esta dimensión social hace que la objetividad del conocimiento se entienda de un modo nuevo: como intersubjetividad. Ya no es posible trabajar con datos ajenos a la construcción social del conocimiento. Si se descubre algo, habrá que analizar los factores contextuales del descubrimiento; si se inventa, también. Por tanto, en los dos casos, la introducción del elemento social hace que entienda la validez de un conocimiento como algo dependiente de la aceptación del mismo por parte de los sujetos de una comunidad, no como algo verdadero y evidente por sí mismo. Es decir, se ha cambiado la objetividad por la intersubjetividad.