Voluntarismo y Contractualismo

Orígenes del Estado Moderno

El voluntarismo, filosofía nacida a finales de la Edad Media en la escuela franciscana, tiene como principales exponentes a Juan Duns Escoto y Guillermo de Ockham. Esta doctrina establece la primacía de la voluntad sobre la realidad, considerada esencialmente vacía. Aquí se inician los albores de la modernidad.

El voluntarismo propone que la realidad carece de esencia, está desustancializada. Requiere, por tanto, que se le otorgue significado a través de la voluntad. La realidad se convierte en una abstracción, un fenómeno construido por la voluntad.

De este modo, las cosas existen porque se dice que existen, no por sí mismas. En política, el Estado existe por la voluntad de las personas, no por sí mismo. Se habla de la evanescencia de la realidad, de la falta de sustancia ontológica.

Estos dos pensadores, Duns Escoto y Ockham, inician la modernidad filosófica y se consideran los padres fundadores del voluntarismo moderno.

Juan Duns Escoto

Escoto afirma la existencia de la realidad y de un orden inalterable e incuestionable establecido por Dios. Sin embargo, esta realidad, aunque existente, puede descomponerse.

El concepto de persona es clave: la persona es única entre las criaturas por estar dotada de conciencia, corazón y memoria. Al pertenecer al orden natural creado por Dios, recibe un destello de la realidad divina y puede conocer la verdad.

El ser humano trasciende su pertenencia a la naturaleza creada por Dios, lo que le confiere dignidad. Este concepto se conoce como hilemorfismo antropológico, que implica una dualidad ontológica o consustancialidad: la unión trascendental e indisoluble de cuerpo (materia) y alma (forma).

Esta dualidad da lugar a la idea de dignidad moral. Las sustancias son necesarias entre sí y no están sometidas a un orden jurídico-político. No obstante, según la tesis voluntarista de Escoto, esta consustancialidad puede disolverse. La realidad existe, pero se puede separar en sus componentes.

Se reconoce la dignidad humana, pero sus componentes pueden separarse y constituir nuevas ontologías (distinción “ex natura rei”). La razón refleja las cualidades e inteligencia de Dios, asemejando al hombre con Él.

En política, la política surge como componente del individuo, pero se desvincula de él y se reconstruye a partir del contractualismo.

Este aspecto, junto con la idea de Dios como distribuidor de almas en los cuerpos, convierte el orden político en una imitación del orden natural instituido por Dios, basado en la ordenación del caos.

Contractualismo

El contractualismo es una doctrina política que niega la dimensión natural de lo político y lo concibe como un orden jurídico técnico o artificial, creado por un pacto o contrato social.

En el contractualismo, los derechos no se derivan del simple hecho de ser persona, sino de estar sujeto a un orden.

La persona (digna por la consustancialidad de alma y cuerpo) desaparece en favor del sujeto (condición jurídica con libertad, derechos y obligaciones) y el ciudadano (sujeto limitado por el Estado).

  • Persona
  • Sujeto
  • Ciudadano

La política surge para organizar el estado de naturaleza primigenio del ser humano. El contrato social es una relación jurídica basada en la convergencia de voluntades que crea una voluntad superior: el Estado.

El contractualismo niega la política de la persona y la ordenación del caos, y postula el nacimiento del Estado por un contrato.

Tanto el voluntarismo como el contractualismo son el marco intelectual del Estado moderno o absoluto.

El Estado Absoluto

En el siglo XVII, el Estado se justifica por el derecho divino de los reyes (fórmula protestante donde Dios, creador y ordenador de la realidad, actúa como legislador y designa un vicario en el mundo).

Este vicario, delegado divino, porta sustancia divina. Esta idea proviene del islam, admirado por los reformistas luteranos. En el islam, la organización política se articula en torno a la moral, y el derecho se instrumentaliza para la moralidad.

Moral y Derecho se confunden, dando un paso hacia el Estado absoluto. El rey, identificado con el Estado, recibe el poder de Dios (sin serlo), por lo que su actuación siempre es buena.

El Estado absoluto, aunque legitimado por el derecho divino de los reyes, solo rinde cuentas ante sí mismo y tiene tres fines:

  1. Pacificación y resolución de conflictos
  2. Concentración y conservación del poder
  3. Moralización de la sociedad y destrucción del mal, incluso aniquilando al individuo.

Guillermo de Ockham

Ockham transforma el concepto de realidad, concibiéndola como una operación intelectual derogable y reconstruible, similar a un milagro.

Radicaliza las ideas de Escoto para refutarlas. Para Ockham, la realidad no existe si se separan sus partes; debe derogarse por completo al ser fruto de la intelección y la voluntad humana.

El nominalismo es la regla de oro del pensamiento ockhamista. La realidad se adjudica al conceder un nombre. El lenguaje, descriptivo de la realidad, se vuelve constructivo. El Estado existe porque se le da un nombre.

El escotismo lleva al univocismo (el Estado ordena el caos imitando el orden divino, lo que confiere a los reyes el derecho divino a reinar). El ockhamismo se centra en el equivocismo (cada uno interpreta su propio criterio).

Mientras el contractualismo propone la creación por atribución sobre algo abstracto y general, la abstracción se origina en la computación de un nombre (nominalismo).

Nominalismo

El lenguaje deja de ser descriptivo y se vuelve constructivo, generador de una realidad que no existe por sí misma, sino por la adjudicación de un nombre.

El sujeto crea y opera la realidad intelectualmente a partir del lenguaje, con interpretaciones distintas (equivocismo). Las cosas existen porque se estipula que existen (derogación de la realidad).

Se produce un cambio de mentalidad:

  1. Edad Media: las cosas existen por sí mismas y tienen un fin.
  2. Escoto: las cosas existen porque se les atribuye existencia, pero tienen un fin.
  3. Ockham: las cosas no tienen fin ni esencia.

Para Ockham, la voluntad es lo importante. Las cosas son buenas por ser deseadas, no por su fin. Son órdenes de Dios imitadas por el hombre (lo ordenado por Dios es bueno, independientemente del fin).

La acción de la voluntad basta para que la cosa sea buena, siendo el fin irrelevante. Surge la supremacía moral del orden divino sobre la amoralidad teológica de lo mandado, y el origen del subjetivismo y relativismo moral.

La obligatoriedad de las normas jurídicas se deriva de la voluntad que las crea (el poder estatal), no del fin. Existe un conflicto entre la voluntad absoluta del individuo y la del Estado, estando el primero sometido al segundo.